Voltear piedras

Naoto Nakasone
5 min readJan 25, 2024

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Esa noche no llovió, estoy seguro. Pero, como si no hubiera otra forma de recordarlo, había una tormenta. El ruido del agua. Me acuerdo de mi mamá yendo a cerrar el toldo del lavadero y agarrando las llaves para salir apurada. Tenía el pelo mojado de cuando fue a cerrar. Es que no llovió, pero cuando sos chico todas las cosas malas pasan cuando llueve.

Entonces ahí me acuerdo que antes sonó el teléfono y ella contestó con la voz muy aguda. Parecía asustada al principio, y después pareció que todo tenía solución pero seguía tensa por otra cosa. Mi hermana gritaba preguntando cosas que yo no podía terminar de entender, es que era chico. Mi mamá se ponía cada vez más histérica y yo que no entendía nada me angustiaba. Era algo como que papá estaba en la comisaría.

Después de eso no me acuerdo bien. Te acordaste después. Sé que mi hermano vino y dijo que él se iba a ocupar de nosotros, de mi hermana y de mí. Eso te lo acordaste mucho tiempo después.

Para Navidad quería ver a Suki que era la perra de mis tíos. Todos los domingos papá me llevaba al campo y jugaba con ella pero ya no iba más al campo. A veces pensaba que íbamos a ir porque me levantaba temprano y nos subíamos al auto. Me acuerdo todavía del camino. Las calles no, el camino. Siempre agarrábamos enseguida la autopista y ahí me quedaba dormido. Ese último verano fue raro. Yo pensaba que había cambiado el camino, como a veces pasaba, pero papá me llevaba al Abasto.

Me ponía un poco nervioso porque no sabía si mamá sabía. Me compraba helados y yo me subía a los juegos. No hablábamos. En el campo yo conversaba con todos menos con mi papá que siempre fue medio callado, se comía mucho las uñas. Cuando llegaba saludaba a todos y me iba al bosquecito. El capataz siempre hacía chistes que no entendía y me ponía incómodo. Entonces me quedaba ahí jugando con bichitos todo el día mientras mi papá trabajaba con mi tío.

Me encantaba juntar sapos y ponerlos en frascos agujereados. Los paisanos ahí en el campo eran malos conmigo. Eso lo pensaba antes. Siempre me decían que eran venenosos y que me iba a quedar ciego. Como mi papá era el jefe no se animaban a decirme tanto como querían. Mi papá me retaba porque no dejaba piedra sin levantar para ver si tenía sapos escondidos abajo. Después andaba atrás mío volviéndolas a voltear.

Después cuando veían la cantidad de sapos que juntaba se empezaban a reír, como si ellos mismos nunca hubieran podido encontrar tantos. De verdad no hubiesen podido.

Siempre levantaba las piedras y buscaba pequeños agujeros. Eran definidos, y más grandes que un hormiguero. Después con el frasco con agujeritos lleno de agua regaba alrededor. Era como una danza de la lluvia. El sapo pensaba que llovía y salía solo. Lo descubrí viendo un documental.

Al final no fuimos a lo de mis tíos para Navidad como siempre. No fui nunca más.

Una vez papá se encontró con un amigo en el Abasto y se quedaron charlando mientras yo me colgaba de la mesa o de la silla. Siempre andaba colgado de algún lugar. Me pareció que hablaban mal de mi tío, como que estaba haciendo cosas malas. Me pareció raro que lo hablaran enfrente mío. Pensaron que era muy chico para entender.

En casa mi hermano estaba siempre serio. Mi mamá parecía normal pero había veces que yo le hablaba y no me respondía. Yo le agarraba la cara y le hacía mirarme. Se reía porque me ponía tenaz en que me escuchara. A mí no me importaba tanto que escuchara lo que tenía para decir, solamente sabía que cuando hacía eso ella se reía. Era un buen chico.

En casa mi pieza estaba al lado de la de mi hermano. Teníamos una ventana compartida así que si había silencio podía escuchar el otro cuarto. Una vez, cuando me estaba yendo a dormir, mi mamá pasó por el cuarto de mi hermano. Le explicó algunas cosas que no entendí pero era algo de que mi tío estaba robando cosas del campo. Cuando papá se enteró lo fue a buscar a la casa y le pegó. Enfrente de mi tía, de mis primas y de la perra. Por eso terminó en la comisaría, creo.

Fuimos una última vez al campo. Y yo jugué en el bosquecito como siempre y di vueltas las piedras como siempre. Pero no estaba solo. No, no estaba solo. Estaba mi tío. Me acompañó a juntar sapos. Pensé que estaba siendo un buen perdedor, que estaba jugando conmigo porque después de pelearse con mi papá no me iba a ver más. Yo me puse nervioso porque seguro mi papá no quería que me acercara a él. Después no me acuerdo bien. Me di vuelta y me agarró del cuello. Mientras me ahorcaba pensaba en los agujeritos que le hacía a los frascos para que no se quedaran sin aire los sapos. Pensaba en los obreros de papá sorprendidos por lo bueno que soy cazando sapos. Y mamá que dice que soy tenaz. Es un hombre grande y con fuerza. Yo solamente soy un nene muy chiquito, no me puedo zafar. Pero no estaba nervioso, ¿no? No, no estoy nervioso. Yo no soy fuerte y lo tengo bien en claro, así que con un pie me saco la zapatilla del otro y empiezo a empujar con las piernas. Es muy fuerte. Y no necesité fuerza. Le meto el dedo gordo del pie en un ojo y sabe que si me suelta se acaba todo. Aprieta con más fuerza. Un hijo de puta. Así que le empiezo a empujar el dedo hasta que sangra y me tira al piso. Como ve que estoy tirado en el piso inmóvil aprovecha para agarrarse la cara que le duele. Pero estaba tirado a propósito. Sí, y agarro una de las piedras levantadas. Papá siempre decía que volviera a poner las piedras donde las había levantado. Su cabeza estaba justo sobre la silueta húmeda que se había formado, había ranuras donde seguro había lombrices hasta que yo las asusté al levantar el cascote. Volviste a poner la piedra en su lugar. Sí. Y tirado boca abajo lo vi quieto. Parecía una baldosa. Entonces lo volteé como una piedra pesada. Boca arriba y tuerto. Tomé el frasco agujereado lleno de agua y comencé a regar. Y hacer como una danza de la lluvia. De la cuenca vacía de su ojo salió un sapo.

Cuando llegó mi papá todavía no había nadie. Volteó a mi tío como una baldosa detrás de mí y me llevó al auto. Ahí me quedé dormido. La lluvia me despertó en mi cama, pensé que había soñado todo. Papá no estaba por ningún lado. Ahí fue cuando sonó el teléfono y se me ordenaron los recuerdos. La primera vez no había llovido.

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